Érase una vez un rey que tenía un jardín encantado con un árbol especial que daba manzanas de oro. Cada noche, una manzana desaparecía misteriosamente, lo que preocupó al rey, que pidió ayuda a sus hijos.
Los hijos mayores intentaron impedir que las manzanas desaparecieran, pero fracasaron, ya que se quedaban dormidos en cuanto caía la noche. Cuando le llegó el turno al hijo pequeño, decidió pasar a la acción y demostrar su valía a su padre. Siempre vigilante, a medianoche vio que un pájaro dorado recogía una de las manzanas y le disparó una flecha, pero solo consiguió una pluma.
El rey se quedó impresionado por tan valiosa pluma y ordenó que le trajeran el pájaro entero. El hijo mayor, deseoso de cumplir los deseos de su padre, emprendió el viaje. Al llegar al denso bosque que rodeaba el reino, el príncipe se encontró con un zorro encantado que le aconsejó cómo debía actuar para tener éxito en su búsqueda, pero él era demasiado arrogante y no le hizo caso.
Al llegar al pueblo más cercano, se dejó seducir por la brillante y festiva posada, sumergiéndose en los placeres que le ofrecían y olvidando por completo el propósito de su viaje. Del mismo modo, el segundo hijo siguió el ejemplo de su hermano mayor, cayendo en la misma trampa y desviándose de su objetivo original.
Al darse cuenta de que sus hermanos no regresaban, el hijo menor suplicó a su padre una oportunidad para probar suerte. A pesar de las dudas y vacilaciones del rey, le permitió que se pusiera en camino, reconociendo la determinación y el valor del joven.
Al igual que sus hermanos, el hijo menor se encontró con el zorro, que una vez más le ofreció valiosos consejos. Esta vez, el joven, humilde y atento, siguió al pie de la letra las palabras del zorro, optando por la posada menos atractiva y evitando las distracciones.
A la mañana siguiente, estaba listo para reemprender el viaje cuando se encontró de nuevo con el zorro, que le prometió ayudarle en la siguiente etapa. Le dio indicaciones sobre dónde estaría el pájaro y cómo debía entrar para capturarlo, y le advirtió que bajo ningún concepto debía sacar al pájaro de su jaula.
Gracias a su prudencia y sabiduría, el hijo menor llegó al castillo del pájaro dorado, pero cuando estaba a punto de capturarlo, vio una jaula dorada al lado. No pudo resistirse y quiso cambiar al pájaro de jaula. En ese momento, este lanzó un grito agudo que alertó a los guardias.
El príncipe fue capturado y condenado a muerte, pero pronto fue liberado con la condición de que trajera al reino un caballo de oro. Una vez más, siguiendo el consejo del zorro, el príncipe consiguió el caballo, pero cuando volvió a desobedecer al zorro, volvió a ser condenado. El rey decidió perdonarle la vida de nuevo con una condición: tenía que traer a la princesa dorada del castillo dorado.
El príncipe se marchó con el corazón aún más encogido y volvió a encontrarse con el zorro encantado. El animal, al ver el desánimo del príncipe, decidió ayudarle de nuevo, ofreciéndole consejos sobre cómo conquistar a la princesa dorada. Con más ánimos, el príncipe siguió las instrucciones del zorro y consiguió llegar al castillo dorado.
Allí esperó pacientemente hasta la noche, cuando la princesa salió a pasear por el patio del castillo. Siguiendo el consejo del zorro, se acercó a ella con delicadeza y cortesía. Se presentó a la princesa y le explicó su situación, pidiéndole humildemente que le acompañara voluntariamente para ayudarle a completar su misión.
Conmovida por la sinceridad y valentía del príncipe, accede a irse con él, pero le pide ir a despedirse de sus padres antes de partir. Aunque reacio, el príncipe consintió. Sin embargo, cuando la princesa se acercó a sus padres, estos se despertaron y todo el castillo se llenó de alboroto. El príncipe fue capturado y condenado de nuevo, esta vez a derribar una montaña que bloqueaba la vista desde la ventana del rey.
Sin fuerzas, el príncipe estaba a punto de rendirse cuando apareció el zorro. Esta vez, realizó la hazaña por él durante la noche y, cuando el príncipe despertó, vio que la montaña había desaparecido. Lleno de gratitud, se puso inmediatamente en camino para comunicar al rey la noticia.
Impresionado por la determinación del joven, el rey accedió a casarlo con la princesa dorada. Juntos, los dos se pusieron en camino y pronto fueron alcanzados por el sabio zorro.
El joven príncipe, sin embargo, recordó que no podía volver a casa sin el pájaro de oro que le había pedido su padre. El zorro le aconsejó:
«Primero deberás conseguir el caballo de oro, y para eso debes llevar a la princesa ante el rey. Todos se alegrarán y te darán el caballo. Súbete a él, despídete y, antes de irte, toma a la princesa y vete rápido».
El plan del zorro funcionó, y el príncipe partió con la princesa y el caballo. El animal les dio entonces instrucciones sobre lo que debían hacer a continuación para conseguir el pájaro de oro:
«Deja a la princesa conmigo mientras vas al patio. Coge el pájaro, vuelve y vayámonos con todos los tesoros».
Juntos, los tres regresaron al reino del príncipe, donde fueron recibidos con alegría y celebración. El rey, orgulloso del logro de su hijo pequeño, reconoció la importancia de escuchar los consejos de los demás y le recompensó generosamente. Mientras tanto, los hermanos mayores, confrontados con su propio fracaso y arrogancia, aprendieron la lección de la humildad y el respeto por los sabios consejos.
Sin embargo, el zorro aún tenía una última petición para el príncipe. Suplicó ser liberado del encantamiento que le mantenía atrapado en forma de zorro. El generoso príncipe accedió a ayudarlo. Con la ayuda de un sabio local, descubrieron un antiguo ritual de liberación.
El zorro se transformó en hombre, revelando que en realidad era el hermano de la princesa, que había sido maldecido.
Superados todos sus retos y transformadas sus desgracias en felicidad, todos vivieron juntos en paz y prosperidad hasta el final de sus días.
Moraleja del cuento 📚
Es importante ser humilde y escuchar los consejos de los que te aman. Cuando creemos que lo sabemos todo, podemos meternos en problemas, pero si somos humildes y aceptamos ayuda, podremos superar incluso los retos más difíciles. Además, ser amables y generosos con los demás nos aporta felicidad y nos ayuda a construir relaciones fuertes y duraderas.
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