Érase una vez un hombre muy rico que tenía una esposa muy querida, pero que por desgracia se encontraba en un estado de salud muy delicado. Cuando se acercaba el final de sus días, reunió todas sus fuerzas para hablar con su hija, la dulce Cenicienta.
Con voz débil, pero llena de amor y cariño, le susurró al oído que la amaba inmensamente y que, a partir de ahora, Dios sería su guardián celestial, protegiéndola en todo momento. Los ojos de su madre se cerraron en paz y Cenicienta se quedó sola, inmersa en una mezcla de tristeza y esperanza, mientras el cielo se teñía de los colores dorados del atardecer.
La niña iba todos los días a llorar a la tumba de su mamá, hasta que llegó el invierno y la nieve cubrió la tumba.
Al llegar la primavera, su padre se casó con una mujer ambiciosa y cruel que ya tenía dos hijas malvadas. Tanto la madrastra como sus hijas trataban muy mal a Cenicienta y la hacían trabajar duro todos los días en la casa mientras su papá estaba fuera.
Un día, el papá iba a la ciudad y las preguntó qué querían de allí. Las hijas querían vestidos y joyas, y Cenicienta pidió una rama de olivo. Cuando el papá regresó, dio a sus hijastras lo que habían pedido y a su hija una rama de olivo. Ella la plantó en la tumba de su mamá y lloró tanto que sus lágrimas regaron el árbol, que creció y se hizo hermoso.
Un día, en una de las visitas a la tumba de su mamá, a Cenicienta se le apareció un hada que prometió cumplir todos sus deseos cuando necesitara ayuda.
Por aquel entonces, el príncipe heredero del reino donde vivía Cenicienta anunció una fiesta de tres días para elegir a su futura esposa. Las dos hijas de la madrastra pasaron la semana planeando vestidos y peinados. Cenicienta pidió permiso para ir al baile, para lo que su madrastra le exigió que ordenara la casa en dos horas.
Con la ayuda de las palomas y pájaros del bosque, la niña consiguió ordenar la casa, pero la madrastra le negó la petición de ir al baile y volvió a desordenar toda la casa. Dándole otra oportunidad, esta vez exigió que Cenicienta ordenara la casa en una hora. Con la ayuda de los animales, la niña volvió a conseguirlo, pero su madrastra seguía sin dejarla ir al baile.
Frustrada, Cenicienta se acordó del hada que le había ofrecido ayuda y así fue como decidió ir al baile, incluso sin permiso.
Tras recibir ayuda del hada, Cenicienta acudió al baile de palacio con un precioso vestido y unos zapatos bordados en oro y plata. Impresionó a todos, especialmente al príncipe, que bailó con ella toda la noche. Cuando llegó la hora de partir, Cenicienta se escapó y dejó escondidos el vestido y los zapatos.
La segunda noche del baile, el hada la ayudó de nuevo y acudió al baile aún más guapa que el día anterior. El príncipe volvió a bailar con ella, pero antes de medianoche, se escapó de nuevo.
La tercera noche del baile, el hada volvió a ayudarla con un deslumbrante vestido de seda con apliques de diamantes y zapatos de cristal bordados en oro.
Impresionó a todos los presentes y el príncipe no se separó de ella en toda la velada. Antes de medianoche, Cenicienta volvió a escaparse, pero esta vez se dejó uno de sus zapatitos de cristal.
El príncipe decidió quien consiguiera calzarse el precioso zapato de cristal sería su esposa y, después de que todas las princesas, duquesas y condesas no hubieran conseguido ponérselo en los pies, ordenó a todas las jóvenes del reino, independientemente de su condición social y económica, que se probaran el zapato.
Cuando llegaron a casa de Cenicienta, su hermana mayor insistió en probárselo primero, pero su pie era demasiado grande. Su madre la obligó a ponérselo, pero el príncipe se dio cuenta de que era una impostora. Luego se lo probó la hermana pequeña, pero su pie también era demasiado grande.
Finalmente, Cenicienta se probó el zapato y le quedaba perfecto. El príncipe reconoció a Cenicienta como la hermosa doncella con la que había bailado en el baile durante tres días y decidió que debía ser su esposa. Cenicienta y el príncipe vivieron felices para siempre.
Moraleja del cuento
La historia de Cenicienta nos muestra cómo las apariencias engañan y cómo las virtudes de una persona son más importantes que su belleza.
Aunque las hijas de la madrastra tenían hermosos vestidos para ir al baile, sus personalidades eran feas y no agradaron al príncipe. En cambio, Cenicienta cumplió la promesa que le hizo a su mamá: ser siempre buena y piadosa.
El príncipe encontró en Cenicienta a la princesa perfecta. Aunque estaba sucia y no tenía títulos reales cuando el príncipe le puso los zapatos, Cenicienta descubrió que la bondad y la honradez eran virtudes más importantes para él.
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