En un reino no muy lejano, había una princesa llamada Aurora que vivía en un castillo encantado en lo alto de una colina. Todos la querían por su bondad y su belleza.
Aurora pasaba los días descubriendo los bosques del reino, cuidando de los animales y ayudando a todas las personas que lo necesitaban. Sin embargo, su felicidad despertaba la envidia de alguien que vivía en las sombras: la malvada bruja Morgana.
Morgana era una hechicera temida y respetada, pero también la consumía la amargura. Tenía ansias de poder y quería ser la más admirada allá donde fuera. Al ver cómo la princesa se había ganado el corazón de todo el reino, Morgana se llenó de envidia y decidió lanzar un terrible hechizo sobre Aurora. Así, hizo que la princesa entrara en un sueño profundo y eterno del que no podría despertar. La única forma en que el hechizo podría romperse era con un beso de amor verdadero.
El rey y la reina estaban desesperados. Dejaron a su hija en una habitación especial, donde durmió durante muchos años, mientras el castillo se cubría de vegetación, convirtiéndose en una especie de bosque que lo ocultaba del mundo.
Pasó el tiempo y la historia de la princesa durmiente se extendió por todos los reinos.
Un día, un joven príncipe llamado Tito decidió entrar en el bosque encantado y enfrentar sus peligros para llegar hasta la princesa y romper el hechizo para que Aurora pudiera despertarse. Tito no buscaba solo un beso mágico; quería conocer a la princesa por lo que realmente era, más allá de su belleza.
El príncipe desafió a las criaturas del bosque, superó obstáculos y finalmente llegó al castillo. Cuando entró en la habitación donde dormía Aurora, se sorprendió al encontrar a una princesa tan bella y serena. Se acercó a ella con delicadeza y, en lugar de besarla de inmediato, se sentó a su lado y comenzó a hablar.
El príncipe le contó sus aventuras, las amistades que había hecho y el amor que sentía por su familia y por su reino. Mientras hablaba, un calor mágico comenzó a llenar la habitación, rompiendo el hechizo. Aurora abrió los ojos y sonrió a Tito.
No se enamoraron inmediatamente, pero intercambiaron risas e historias hasta que la luna iluminó el cielo en la noche. Mientras compartían historias de sus vidas, Aurora y el príncipe descubrieron que tenían mucho en común. Se reían de los mismos chistes, compartían los mismos ideales de justicia y se maravillaban ante la belleza y los encantos de la naturaleza.
Las horas pasaban, las conversaciones se hacía más profundas y ambos compartían pasiones, sueños y alegrías. Así floreció el amor verdadero.
El reino celebró la feliz unión de la princesa y el príncipe, y nunca más se volvió a ver a la malvada bruja.
Moraleja del cuento
El amor verdadero no se limita a un beso mágico, sino que se construye con tiempo, respeto e intercambio de experiencias y vivencias.
También te puede interesar: